Humberto
Me llamo Humberto y ese no es mi
nombre. A veces me siento solo y me camuflo.
Las noches y sobre todo las de invierno se me suelen hacer densas; deambulo por las calles sin dolor ni remordimiento, sin alegría y sin esperanza, únicamente con miedo, con miedo a cualquier sonido, miedo sobre todo a mi propia voz.
Las noches y sobre todo las de invierno se me suelen hacer densas; deambulo por las calles sin dolor ni remordimiento, sin alegría y sin esperanza, únicamente con miedo, con miedo a cualquier sonido, miedo sobre todo a mi propia voz.
Camino en la madrugada y me
invaden imágenes. Mi memoria nunca fue buena. Por ese motivo me cuesta ver mi
infancia y juventud como una sucesión ininterrumpida de acontecimientos, por lo
general recuerdo tan solo momentos aislados en los que tuve impresiones
fuertes, casi siempre desagradables.
Mis padres se separaron cuando
tenía 7 años y el mundo se vino abajo. Dejé a mis amiguitos en el colegio
anterior y me inscribieron en uno estatal de barrio. Muchos chicos alrededor de
la bandera luciendo guardapolvos blancos. Euforia y excitación. Recuerdo la sensación
de ser una cosa diminuta, débil y frágil, abandonada y perdida en una horda de
enemigos. Solo quería ir a casa y mamá me despedía a los lejos.
Podría nombrar este suceso como
mi primera depresión, mi primera angustia. Y pensaba, papá y mamá quieren un
lindo muñeco para jugar, ¿por qué imponen a un niño la obligación de vivir?
La exageración siempre me
caracterizó. Es mi forma de darle sentido a las cotidianeidades. Mi forma de
crear película en vida. Ponerle soundtrack, color y aroma. Por eso sigo siendo más
lento en relatar la verdad que en inventar una mentira. Mis mentiras nunca
tuvieron algo oculto muy relevante, en vez de decir que había ido al bar a
tomar un submarino lo cambiaba por un vaso de tinto. Tenía otra mística, algo que
me hacía especial. Admito, quiero seguir sintiéndome especial dentro de este
universo de iguales.
De chico envidiaba que el resto
se divirtiese más, de joven que supieran encontrar más emociones, de adulto que
pudieran sentirse satisfechos.
Ya en el secundario descubrí los
primeros cosquilleos del amor o mejor dicho obsesión. Siempre me atrajo lo que
creía inalcanzable, la popularidad, la desenvoltura, el estereotipo de belleza,
el liderazgo. La miraba y experimentaba la excitación; tenía miedo a hacer el ridículo
en su presencia. Ardientes deseos me recorrían el cuerpo. ¡Que ferviente
admiración sentía! Me gustaría decir que crecí, que me hice hombre, pero se me
ocurre que en realidad siempre seguí siendo un muchacho tímido y torpe.
A esta especie de sensación de
amor la llamo obsesión ya que esa persona significaba para mí todo lo que yo no
podía ser. Lo nuevo, lo desconocido, siempre me ha hecho retroceder, y sin
embargo es lo que más quiero. En mi abundan esta clase de contradicciones.
Deseo tener emociones y aun así evito todo lo que pueda perturbar mi paz
mental. Soy un cobarde y estoy envuelto en látex.
Hoy en día mi trabajo me obliga a
relacionarme con el mundo, los escucho, los analizo y opino, puedo hablar
parecer ser parte de ellos. También me río pero casi siempre siento como si no
estuviese del todo ahí.
Me gustaría poder cambiar, dejar
de ser yo, no pensar tanto, sentirme parte del universo pero cada vez que lo
intento me hago ajeno, ya no tengo un yo, soy un organismo sin esencia, sin
siquiera una inclinación, una aversión, una opinión, un deseo. Quiero dormir
por horas, estoy cansado y sufro de insomnio y camino no se hacia dónde.
Increible! te felicito y admiro profundamente amiga.
ResponderEliminarSi se poggi.
Buenisimo Mica!!!
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