Frida sufirda



"La sangre, mucha, sí
Sangre-vida.
Sangre-mujer.
Sangre-dolor.
Sangre-pasión.
Sangre-corazón.
“Gotas de sangre, gotas de agua de la joya más antigua de las mujeres”, escribió Peret.
Sangre-sacrificio azteca, ofrenda de Chac, el dios reclamando su tributo de sangre para que la tierra, el sol, el universo, sigan existiendo.
Hay sangre en mi pintura, está la muerte, estoy yo. ¿Mujer herida? Sí.
Casi siempre está mi firma en rojo sangre, cintas carmín, ¿cordelitos en mí peinado como venas púrpuras? Sí.
Todo eso está. Pero ¿de qué se asustan exactamente? Porque no pueden mirarlo cara a cara sin sentir asco, sin desmayarse. Lo que forma parte de nuestra propia vida, pero que tratamos de esconder vergonzosamente, horror y tabú. Sin embargo, lo que tratamos de ocultar de ese modo es la representación viva de nuestra propia vida: la sangre que corre por nuestras venas, que nos irriga como el agua a la planta: la muerte, que quizá no sea la antítesis de la vida, puesto que otra vida se apodera de ella, la vida de la tierra, y nosotros mezclados con ella, llenos de ella, de sus raíces, se su savia, de su hierro, de su calcáreo, de los granos de arena, de pulverización de las piedras, del humus de las hojas muertas, de lluvia que se filtra por los estratos. Y las flores que crecen sobre nuestras cabezas, que nacen en nuestros cabellos.
La vida está ahí, también, sólo falta nuestra conciencia. Y además, incluso de eso, nada sabemos, ¡no sabemos cómo es!
¡Cuánta sangre, cuánta sangre!, exclaman. Ah, les veo, los que se vuelven al contemplar mis cuadros, con una mueca de asco en los labios, tragando sus palabras implorando el olvido o, al contrario, lanzando sus palabras como un escupitajo, un arma, una liberación.
La sangre vertida en las guerras, esos arroyos de injusticia, el rojo de las vergüenza para la humanidad, esa sangre, es curioso, de esa no se aparta la vista, no se evita. Uno se siente “superado”. Pero el dibujo de un feto, de un corazón abierto, sin embargo, de eso estamos hechos, se trata del conocimiento de nosotros mismos, eso apela a nuestra representación inconsciente, a nuestra realidad, en el fondo, a una memoria de nosotros mismos de la que queremos huir, pues bien, de eso tenemos miedo; nuestras debilidades humanas, nuestra incapacidad para una coherencia del cuerpo se explicitan a la vista de lo que somos.
Lo que ocurre es que querríamos tener una imagen de nosotros mismos idealizada, idealizada sin cesar. Lo que pasa es querríamos ser dioses. ¡Pero no lo somos! No somos otra cosa que esa amalgama de carne y sangre. ¿Sólo eso? Somos esa maravilla. Un cuerpo sorprendente en el que se inscriben todas las heridas, pero en el que sólo las morales nos parecen dignas de interés, magnificadas porque son sondeables, imaginables, pero impalpables. Sublimamos lo que no es perceptible a simple vista. Desearíamos tanto ser dioses, ser en lo que conocemos, es decir, en la inmortalidad.
Cuando Rembrandt pintó La lección de anatomía, nos redujo a lo que somos y no lo pudimos soportar. Tanta veracidad hiere la mirada. La ultraja.
Yo digo que Frida Kahlo, ser humano, tuvo que tomar conciencia, por los hechos de la vida, de la plena existencia de su cuerpo. Digo que Frida Kahlo, mujer, abrió su cuerpo y expresó lo que sentía en él. Y lo que ella sentía era tan violento que si no hubiese tratado de delimitarlo, identificarlo y ordenarlo de inmediato, digo que se hubiese vuelto loca. Sumergida por cosas y dolores que no hubiese comprendido y en absoluto domado. Yo digo que amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior y por caminos confusos e insensatos. Que la fuerza de lo que no expresamos es implosiva, arrasante, autodestructora. Que expresarse es empezar a liberarse."

Frida Kahlo - Rauda Jamis

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